
PÁGINAS ESCOGIDAS [ 1 ]
Existen libros que vienen en el momento justo, y ese es el de la madurez. "Intelectuales" es un libro para la madurez, y acaso también lo sea para aquellos jóvenes dotados de la insana tendencia a pensar, dispuestos a no dejarse infectar por la mórbida costumbre de la ideología.
Mientras fuimos tiernos e ingenuos muchachos nos tragamos las mayores falacias sin pestañear, las deglutimos sin miramientos y nos empachamos de palabrería huera pero sumamente dañina. No es nuevo que la humanidad siempre se ha dejado seducir por grandes palabras de amor a sí misma, lo suficientemente grandilocuentes como para ocultar la personalidad de quienes las proferían. Sin embargo, era más que evidente que detrás de los grandes discursos se agazapaban almas de una crueldad insoportable, mezquinas hasta el extremo, habilidosas en el arte de la escritura —que es tanto como decir de la seducción—, y tan dotadas para sobrellevar una desbordante capacidad de trabajo como para la ambición desmedida, sustentada en la autopropaganda y la mentira sistemática —el capítulo más representativo, y también grotesco, de esto último tal vez sea la declaración de Bertolt Brecht ante el Comité de Actividades Antiamericanas y el agradecimiento público con que este último agasajó al autor alemán por su actitud colaboradora, mientras que la dignidad de otros les condujo directamente a presidio (pág. 308)—.
Sabido es que en todo tiempo y lugar cualquier tonto con olfato para la oportunidad acaba haciendo relojes. Si, además, el relojero dispone de innata genialidad, alejándose de este modo de cualquier forma de estupidez paralizante, y, por añadidura, sus intereses se centran en fundar alguna clase de novedosa moralidad, entonces el cuadro puede adquirir tonos de siniestro melodrama. De esto último están repletas las páginas escritas por Paul Johnson, así como de variadas tipologías de neurosis y de idénticas formas de manipulación repitiéndose insidiosa entre los intelectuales que han terminado por constituirse en pilares ideológicos de nuestra cultura. Sin duda es esto lo más grave. No tanto que se abra la intimidad de estos "popes" a la indagación de nuestra mirada inquisitorial, y que acabemos sabiendo que no fueran muy dados a practicar las diversas manifestaciones del agradecimiento, que se aprovecharan sistemáticamente de todas sus mujeres —la aplastante mayoría de cuantos aparecen en el libro fueron hombres— o que tuvieran relaciones problemáticas con el dinero, o de convivencia con sus semejantes. Con ser ya de por sí sugestiva la posibilidad de meternos donde no nos importa, lo que en ningún momento hace Johnson es justificar el genio, o echarlo definitivamente por tierra, en virtud de la trayectoria vital de quienes lo detentaron, y eso que en todos los casos esas vidas resultan patéticas debido a su progresiva degradación. Por el contrario, se rastrean en las vidas de estos personajes las posibles adhesiones a la verdad o a la mendacidad, así como las incoherencias y traiciones que acaban por conformar el hábitat común de la intelectualidad profesional: "Una de las cosas que emergen con fuerza ante el estudio individualizado de los intelectuales es su escasa preocupación por la veracidad. Con lo ansiosos que se muestran por promover una Verdad redentora y trascendente, el establecimiento de la cual consideran una misión por el bien de la humanidad, demuestran escasa paciencia con las verdades mundanas, las cotidianas, representadas por los hechos objetivos que se interponen en el camino de sus argumentos. Dichas verdades menores y extrañas son apartadas, falsificadas, invertidas o incluso deliberadamente suprimidas" (pág. 457).
De este amplio paseo por el infierno, del que difícilmente se sale indemne, muy pocos logran salvarse, gracias, sobre todo, a su personal honestidad (Edmund Wilson, George Orwell, Evelyn Waugh) y, por tanto, acaban desmarcándose, casi sin quererlo, de las filas de la intelectualidad militante. Pero son la excepción. Cada una de estas páginas son la ilustración de lo siniestro, de la realidad más negra, puede que también de la enfermedad crónica que incapacita a nuestra cultura. ¿A quién no le da un pasmo con sólo pensar en los intelectuales que estén hoy perpetrando las falacias del inmediato futuro?
JOHNSON, Paul: Intelectuales, Homo Legens, Madrid, 2008
❦