
No habrá acontecimiento, blanco día interrupto,
distinta noche de por sí, efeméride
augusta y peculiar envuelta en ruido inédito.
No busques, mundo, idéntica ignominia,
espejo en que asomarte, razón a tu osadía.
Silencio en lo recóndito se abre como baya.
Calla su aroma como nunca has visto,
ciego mundo, miradlo los humildes...,
su modo sin retórica, el modo de no ser
que amansa el corazón y súbito el rencor encona.
Apenas una luz para un puñado
de ignorantes, criaturas ateridas, solícita
vigilia de unos pocos que seremos casi todos.
Parece la escena tan poca cosa,
vaga nada, senderos en el agua,
ausencia permanente, otra puesta en escena
más, otra nadería que no salva,
pues qué saldrá de bueno de ti, insignificante beth-lehem,
simple "casa del pan" destinada al olvido,
en tu paja y tu estiércol la sola carne del frío,
adventicio suceso que no viene a alterar
el riguroso curso de las estrellas.
La carnecita sola anunciada en susurros,
en secreto está el aire hendido por un ala
y acuna aquel saludo el hálito hoy de unas bestias.
¿Qué oscura clase de Olimpo pergeña todo esto?
Ha de ser el calor breve, como íntima,
demasiado familiar, la adoración.
Presto brilla el acero, el filo preparándose,
como siempre en su soberbia presurosa
la letal maquinaria despierta y predispone:
saben los Principados, sus purpúreos sitiales
que hay oscura amenaza, de oscuro modo saben,
pero es ciego el furor, toda esa avidez
en hacer cumplir tan pronto el designio.
Qué poca cosa se inaugura, mundo,
cruel mundo, ante tus pérfidos sentidos.
Qué poco se te da a gustar, mas qué exacto.
Calla todo esta noche. Qué lejos y qué adentro.
Qué nada, qué vacío. Se hace imposible ver,
gustar, tener certeza.
Por el contrario, hay
quien conserva eternamente estos sucesos
—todos y cada uno de ellos,
cada uno de ellos hasta hacer un todo—,
meditándolos en el hondo hontanar
de su sagrado corazón.
❦