La vida del hombre Luis Cencillo Ramírez (1923-2008) ha girado casi exclusivamente en torno al conocimiento (vivido como problema desde los primeros años de adolescencia) y en torno a la fe. De ahí que estas memorias resulten demasiado "empastadas" en virtud de su profundidad intelectual, y poco dadas a plasmar con rigor fotográfico las vivencias del pasado, salvo en los episodios relacionados con la infancia y la juventud.
En aquellos lejanos tiempos se manifestó inequívoca la personalidad radicalmente libre de nuestro protagonista, demasiado alegre y espontáneo según el colegio de la Compañía de Jesús al que asistía de niño, demasiado encorsetado y serio para el gusto del centro al que asistió posteriormente, el Liceo Francés. En aquel ambiente algo gris, Cencillo optó por ir a contrapelo, lidiando con la más abstrusa filosofía y el no menos abstruso inconsciente. Como resultado de todo ello queda una prosa difícil, tortuosa, apta quizás para los vericuetos filosóficos, psicoanalíticos, simbólicos y antropológicos para los que está concebida, pero no tanto para la narración de los detalles relevantes de una autobiografía. Además, entorpecen la lectura los numerosos errores de puntuación de una edición que debería haber sido más exigente, y no nos referimos a la labor expurgatoria e interpretativa de los revisores, Teresa Arias y Gabriel Arribas, ante un material escrito que pudo ser presuroso ante la presencia acuciante de la cercana muerte, sino al necesario rigor de la editorial.
No obstante, en sus páginas no cabe ese ajuste de cuentas tan frecuente en el género memorialístico contra personas y situaciones del pasado. Sí trasciende cierta amargura ante el empecinamiento vano o ante las ambiciones no del todo culminadas. Y lo más interesante: las reflexiones sobre el sentido, conquistado con no poco esfuerzo tras su opción religiosa y las sendas experiencias inefables que le acaecieron con cuarenta años de diferencia; acerca de la última, de 1982, se refiere en estos términos: "Encontrándome yo en una crisis muy profunda, (...) estando sentado en el despacho, en mi domicilio de la calle Alberto Aguilera, me vino una sensación de des-cender a lo más hondo de mí mismo, y tras-cender mi propia intimidad yoica, para encontrar, más en el fondo, una presencia personal irrepresentable, pero cálida y acogedora".
De este hombre único, complejo, forjado a sí mismo y de aspecto demasiado hosco que contradecía su cercana voluntad de servicio, nos queda la honradez intelectual y una visión de la realidad sustentada sobre una inquebrantable coherencia ("Yo elegí mi propia versión y atenerme a ella me ha producido una existencia llena").
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2 comentarios:
Leyendo a gente como Cencillo uno se da cuenta, con preocupación, cómo en nuestra sociedad contemporánea hemos perdido (y así nos va, en picado ético, porque ya todo parece valer, incluido el delito) el sentido de lo sagrado, que no tiene por qué corresponderse con lo religioso necesariamente.
Muy buena recomendación, Arsenio. Un abrazo.
José Havel
no conozco a tan ilustre personaje, pero creo que merecera la pena hacerlo
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