A la barbarie le gusta de vez en cuando meterle el dedo en el ojo a la civilización.
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La barbarie ha entrado sin llamar, se ha puesto a destrozar cuanto encontraba a su paso y, finalmente, se ha instalado en la sala de estar a mirar displicente en la pantalla del televisor las noticias del telediario. Mientras tanto, los dueños de la casa aplauden. Eso sí, indignados.
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