miércoles, 25 de marzo de 2009


Páginas escogidas [2]


Analizando las guerras de religión en Francia (1569-1594), me había quedado un tanto intrigado respecto a aquel gran potencial calvinista, el cual, aparentemente barrido del mapa tras la "restauración católica" en la figura del rey Enrique, se mantuvo vivo y latente debido a los  sucesivos edictos de tolerancia. Y no alcanzo del todo a comprender esta intuición mía de vincular el calvinismo francés con el posterior jacobinismo, dos siglos después. Con alivio leo la siguiente afirmación de Michael Burleigh: "Los filósofos eran, en cierto modo, los beneficiarios de aquellos calvinistas y jansenistas que habían propulsado a un Dios infinitamente bueno muy lejos de este mundo corrupto. Este último, atenuados hasta la invisibilidad sus vínculos con la jerarquía celestial, pasó a ser autónomo, observable y potencialmente maleable".
Leer el libro de Burleigh supone confirmar que toda transformación, por radical que nos parezca, no hace sino descubrirnos la existencia de un hilo conductor en lo hondo de la historia que no acaba de romperse del todo. Se demuestra así lo evidente: el hombre es siempre el mismo, precisa de idénticos resortes con los que activar el poder, sus perversiones se repiten, así como sus naturales ansias de ideología. Los "catecismos políticos" de la Francia revolucionaria no refutarían, en esencia, aquellos otros contra los que se alzaron, ni los altares dedicados a la Diosa Razón desmerecerían en opulencia y fervor a los del Dios cristiano. Los siglos XVIII y XIX dispararon el tiempo histórico con nuevas religiones (liberalismo, nacionalismo, socialismo) sin que sus oficiantes ni sus correligionarios sospechasen, salvo contadas excepciones, el desalmado alcance de sus tropelías.

BURLEIGH, Michael: "Poder terrenal. Religión y política en Europa", Taurus, Madrid, 2005