sábado, 24 de noviembre de 2012

LOS PUENTES DEL REGRESO






Pese a que me gusta especialmente degustar la melancolía, aplicándomela con deleite mientras paseo o divago en soledad, comienzo a percibir con preocupación que no es tanto el placer como suponía, que algo parece desmoronarse detrás de uno, y que no conviene empeñarse en volver la mirada para contemplar aquellos caídos puentes del regreso (como en uno de los últimos versos de Jon Juaristi).

sábado, 10 de noviembre de 2012

TAN LEJOS, TAN CERCA



Puede que haya una belleza suplementaria en vivir, y quizás consista en hacerlo encaramados en el inestable vaivén que procura la paradoja. A cambio, se ha de esperar a que la lucidez obtenida no desemboque en algo parecido a una "noche oscura", y sí en alguna forma de triunfo —por lo menos doméstico— de la razón. A Hölderlin le tocó instalarse en la cesura que se abrió entre dos antagonismos de la historia. Prefirió desmarcarse del Absoluto hegeliano que por entonces tocaba. Lo hizo entre la ausencia de lo divino y su cercana inminencia ("Cercano está el dios / Y difícil es captarlo. / Pero donde hay peligro / Crece también lo que nos salva"). Cuarenta años durará su retiro en la torre de un carpintero de Tubinga, alternando un completo silencio con el recitado concienzudo de su obra; tanta desmesura, para atestiguar que lo divino se hace presente cuando se retira, que un dios que se apropia, necesariamente destruye.
Difícil y saludable paradoja que nos hace entender René Girard: "Hölderlin siente que la Encarnación es el único medio dado a la humanidad para afrontar el muy salubre silencio de Dios: Cristo interrogó ese silencio en la Cruz, luego él mismo imitó la retirada de su Padre llegando a su vera la mañana de su Resurrección. Cristo salva a los hombres «quebrando su cetro solar». Se retira en el momento mismo en que podría tener el dominio. Nos es dado entonces tener a nuestra vez la vivencia de ese peligro de la ausencia de Dios, experiencia moderna por excelencia (...), pero también experiencia redentora. Imitar a Cristo es el rechazo a imponerse como modelo, el difuminarse siempre por detrás de otro. Imitar a Cristo es hacerlo todo en procura de no ser imitado".


sábado, 3 de noviembre de 2012

SOBRE FONDO NEGRO





A uno, que, en su día y sin saber bien por qué, tanto le apasionó Pasolini (apúnteseme un nuevo pecado en la larga lista; venial, eso sí), le sorprende que hoy le deje más bien indiferente. Se trata de una indiferencia rayana en una tibia melancolía, tal vez debida a aquella perdida ingenuidad que atribuía no sé qué extraño halo de santidad a quienes han osado llevar una vida a contrapelo, y a los que todavía les sobraba tiempo para crear una obra desigual, pero, con todo, merecedora del aplauso unánime. Por lo demás, tanta unanimidad —en este caso, la del espasmo sesentayochista— venía a ser menos el reconocimiento a los primores de una obra (desde poemas en lengua friulana al Evangelio según San Mateo) que al arte de saber deslizarse, corriente abajo, por ese impetuoso caudal de la historia que sirvió, entre otras cosas, para cambiarle la cara a Europa. Tal vez ahí comenzara el declive.
Pues eso: que a día de hoy uno se siente bastante alejado de aquella lúgubre figura que, según confesión propia, se pasaba los días trabajando, mientras las noches las ocupaba en bajar a la vida en busca de amores furtivos, al modo de los gatos de Roma. Como colofón, en la pantalla de mi televisor brota una última frase pasoliniana sobre fondo negro, que no invita más que a cierta conmiseración envuelta en algo de tristeza: "Nunca llegaré a ser feliz, jamás".