jueves, 24 de diciembre de 2009


NIEVE




De entre todos los fenómenos físicos, la nieve predispone al ser humano, como ningún otro, a la introspección. Adquiere para su alma la calidad de metáfora: la reminiscencia de un territorio angelical, el descenso leve, la consiguiente acumulación y su consistencia ósea como el recuerdo de una idéntica e infinita sucesión de cuerpos exánimes, tocados ya por el dedo de la fugacidad...



martes, 24 de noviembre de 2009


COMO TE LO CUENTO

—Dime, Fatuo, en qué consiste la vida de un hombre.

—En procurarse los elogios suficientes con que tapar un enorme agujero.


sábado, 21 de noviembre de 2009


COMO TE LO CUENTO

El fatuo se alimenta del aire batido por los aplausos que le dedican.




miércoles, 28 de octubre de 2009


POEMA PARA UN VEINTIOCHO DE OCTUBRE



Viene el tiempo, sumiso, a postrarse
nuevamente a mis pies,
y, de nuevo, se aleja con ese aire
de lúgubre animal acometido,
entristecida sombra sin presencia
cuyo paso humillado
rebela cuanta luz manó de las heridas
hasta hacer de la piel adelgazada
este tenue cristal que al mundo transparenta.

Ya no encuentro quien lama hoy mi mano
ni mi pura inocencia acompañe
en esta travesía
que ha de ser solo dulce ofrecimiento.




jueves, 15 de octubre de 2009

Buscar el lugar más recóndito, apartado del mundo pero en el mundo inserto, con el fin de cerciorarse de que en esto consiste la vida: un camino difícil pero asequible, el rastreo pormenorizado de indicios de otro tiempo que nos recuerden a qué pertenecemos, qué hilo imperecedero nos sostiene, hasta dónde se remonta el origen... Un instante después, mirar en

torno, haciendo el cálculo desangelado de hombres apegados a su angustia moderna; tal vez, como en mi caso, alzar la vista al cielo en busca de otro rastro bien distinto, imperecedero y sutil, inabarcable, demasiado parecido al vacío, paradoja de cuanto somos a diario, íntimo pasaje cósmico al que tal vez se accediera de una sola zancada hasta el otro lado del espejo.



































lunes, 5 de octubre de 2009


[y III]

Suena a tópico, pero era la mañana de un domingo con sol y estábamos sentados en un ángulo elevado de la plaza. R., más sabio, se embelesaba con los brillos ondulantes del agua, atento al rumor que producía la fuente a nuestros pies. Por distintos caminos, ambos habíamos llegado a la felicidad: la suya, impecable en su perfección, brillaba en la inmediatez del instante; por mi parte, sabiendo que todos fuimos alguna vez felices y perfectos, no lograba evitarle a la mirada esa melancolía convertida ya en costumbre. Está visto que nunca sirve la simple constatación de que todo es efímero.

miércoles, 1 de julio de 2009


[II]

Para bien poco da tanta ignorancia, siempre aumentando de modo exponencial: apenas para escribir meras impresiones sin un objeto nítido y sin dirección alguna, torpemente precisadas en frases cuya involuntariedad bien pudiera convertirlas por igual en geniales o estúpidas. Se me ocurre la siguiente: "Todo transcurso conduce a un callejón sin salida".
Muy poco después de escribir tal ocurrencia, leo la siguiente frase de san Agustín: "¿Adónde va el presente cuando se convierte en pasado?"
Qué ridículo este conformarme con la banalidad de creer en las coincidencias, en el halo de misterio con el que siempre las rodeamos (siempre y cuando concluyéramos que ambas proposiciones tuvieran algo en común).


viernes, 26 de junio de 2009


[I]

También de un día como el de hoy está hecha mi vida, y qué capacidad me asiste para no encontrarme con él, hasta casi despreciarlo, como sin duda he ido haciendo a lo largo de los años. Este entrenamiento singular que nos facilita el olvido como una estrategia o una terapia, anticipa el olvido definitivo. Puede que el definitivo rescate de todas esas nimiedades que se acumulan en los alrededores de la vida, incluido el día de hoy, con la fronda irregular de estos castaños recortándose sobre un cielo no del todo azul.

sábado, 20 de junio de 2009


COLOFÓN

         "en el viaje aquel de todos a la niebla"
                                        Francisco BRINES



Al menos nos fue dada la palabra que quema,
la esculpida en el mármol
o esa otra: ceniza en la lengua malgastada,
acumulado polvo entre los dedos.

Se nos dejó nombrar el vano mundo
con la intención de hacernos del mundo una vaga idea,
agua que pasa y lame
sin dilación las jarcias y la orilla.

Después de todo fuimos la mirada,
la intención que se puso en cuanto hicimos,
el matiz añadido, el acento,
   invocado
aroma que en el aire aún perdura.

Fue nuestra la mirada para mirar el mundo
antes de abordar el último viaje,
tratando de tocarlo a duras penas,
breve sombra de otra sombra huida.


sábado, 6 de junio de 2009


UNA ETERNA PRIMAVERA


Nunca fue la primavera mi estación favorita. De un modo oscuro solía identificar sus signos anunciadores con el origen de una inquietud imprecisa. Comprendía, no obstante, la inminencia de una profunda renovación en el vuelo de las golondrinas sobre el azul de un cielo que parecía recién estrenado. Y acababa por acostumbrarme. ¿Cómo se podía no aceptar un regalo semejante?
Hoy, metido ya en años, y sin perder del todo aquel recelo infantil, prefiero imaginar la vida como una eterna primavera, bruñida de toda mancha, eternamente azul y herida cada día por la punzante luz del Mediterráneo, ese mar calmo que supo de una belleza de la que hoy nos sentimos huérfanos. Así, los días tendrían algo de la radiante luminosidad de Le Mépris —esa extraña película de Godard—, con el subrayado inusual y a destiempo de la música de Georges Delerue. Como si cada uno de nuestros insignificantes gestos mereciese la exaltación de un acompañamiento de violines.

martes, 26 de mayo de 2009


TIERRA DE NADIE













De modo imperceptible —y seguramente inevitable— filtramos el mundo a través de nuestra última obsesión. Confío en que la búsqueda del alma, su conformación más adecuada según lo que nos es dado vivir, no sea simplemente el capricho que le toca ahora a un espíritu orgulloso. Que sea mi única meta, mi más auténtico objetivo, eso es lo que en el fondo anhelo.
En esas estaba cuando, aquel día, me asaltaron las cartas de Rilke al joven Franz Kappus, así como una pequeña y conmovedora historia escrita por Irène Némirovsky. Ambos textos tenían en común (así lo creí yo entonces) una luz que se adivinaba en lo más hondo del ser: en el primer caso, el poeta checo instigaba a ir en su busca sin ahorrar arduos trabajos y privaciones, para, a continuación, habitar en una nueva morada que reportaría tan gratas recompensas como devastadoras incomprensiones; muy al contrario, en la segunda historia, la deslumbrante alma de un niño prodigio se daba al mundo como el exquisito aroma de una extraña flor en medio de la más inhóspita miseria: todo era dádiva generosa hasta la llegada del silencio final, la aparición de la tragedia como único desenlace cuando la pureza no aguanta por más tiempo el encontronazo con la realidad.
Es precisamente en tierra de nadie (que es la de todos) donde habitamos, en el límite que separa el alma del mundo, ahí donde todo es bendición superadora de toda contradicción o fatal desplome en el vacío.

viernes, 8 de mayo de 2009


CUANDO FUIMOS JÓVENES

El aire era más transparente y, en su vuelo, a la eternidad no le hacía falta esconderse. Por ser tan clara su evidencia, ni siquiera se hacía obligado reconocerla.


jueves, 23 de abril de 2009


HAIKUS


Se da una tregua
el dolor esta noche:
sale la luna.

No tiene nombre,
y cerrando los ojos
se hace visible.

Suerte del olmo
que se eleva en la tarde.
¿Sueña u olvida?

Chicas que pasan.
¿Por qué me hieren siempre
tan breves sombras?

Garbosos muslos
y el vuelo de una falda.
Esa luz súbita.

Fotografía de Josef Sudek

miércoles, 8 de abril de 2009

sábado, 4 de abril de 2009


AFICIÓN PLEBEYA


Se regresa con cierta frecuencia a amores de otros tiempos. Viejos amores que se creía olvidados y cuya nostalgia nos da la medida de lo que todavía significan para nosotros, y a los que hemos ido envolviendo con una bruma que oculta por igual sus contornos y nuestra vergüenza. Porque lo cierto es que algo de pudor nos da, a estas alturas, tenerle que reconocer alguna virtud a aquel amor de entonces, a aquella pasión del rock, tan sujeto a las modas —él mismo una eterna y gastada moda—, tan dependiente de gustos casi infantiles. Ir a su alcance sería algo así como desempolvar nuestras viejas armas de seducción —si es que alguna vez contamos con ellas— con la aviesa intención de volver a ganarnos los favores de una jovencita que, a juzgar por su aspecto, se diría que aún juega con muñecas. Incluso es una molestia tener que admitir que lo que nos gusta de ese amor son sus gestos desairados, los abrazos a destiempo —y, por eso mismo, desconcertantes—, los besos con sabor a humo y a una rebeldía que, de tan lejana, parece que no fue nunca nuestra.
Afición plebeya, en suma, casi bárbara, instintiva, que confirmaría nuestra humilde cuna, así como lo precario de la educación recibida. Al contrario que a Florence, la refinada protagonista de "Chesil Beach", a la que incomodaban el simple cuatro por cuatro y el monótono repiqueteo de la batería cuando ya existe una guitarra rítmica o un piano, a nosotros nos continúa subyugando el delirio de este amor —en el fondo, triste— al que visitamos cuando nos apetece, repleto de reproches y de dulzura torpe, y al que juramos no regresar nunca más, por el bien de nuestra maltrecha y casi inexistente reputación. 

(Repertorio para ver y escuchar con el volumen bien alto:
-Use Somebody, de "Kings of Leon":  entrar aquí.
-Personal Jesus, del grupo madrileño "Pull"; insuperable versión del tema de "Depeche Mode", con un vídeo extraordinario que remata con la sensual ingenuidad de unas maravillosas pin-ups de los cincuenta).






miércoles, 25 de marzo de 2009


Páginas escogidas [2]


Analizando las guerras de religión en Francia (1569-1594), me había quedado un tanto intrigado respecto a aquel gran potencial calvinista, el cual, aparentemente barrido del mapa tras la "restauración católica" en la figura del rey Enrique, se mantuvo vivo y latente debido a los  sucesivos edictos de tolerancia. Y no alcanzo del todo a comprender esta intuición mía de vincular el calvinismo francés con el posterior jacobinismo, dos siglos después. Con alivio leo la siguiente afirmación de Michael Burleigh: "Los filósofos eran, en cierto modo, los beneficiarios de aquellos calvinistas y jansenistas que habían propulsado a un Dios infinitamente bueno muy lejos de este mundo corrupto. Este último, atenuados hasta la invisibilidad sus vínculos con la jerarquía celestial, pasó a ser autónomo, observable y potencialmente maleable".
Leer el libro de Burleigh supone confirmar que toda transformación, por radical que nos parezca, no hace sino descubrirnos la existencia de un hilo conductor en lo hondo de la historia que no acaba de romperse del todo. Se demuestra así lo evidente: el hombre es siempre el mismo, precisa de idénticos resortes con los que activar el poder, sus perversiones se repiten, así como sus naturales ansias de ideología. Los "catecismos políticos" de la Francia revolucionaria no refutarían, en esencia, aquellos otros contra los que se alzaron, ni los altares dedicados a la Diosa Razón desmerecerían en opulencia y fervor a los del Dios cristiano. Los siglos XVIII y XIX dispararon el tiempo histórico con nuevas religiones (liberalismo, nacionalismo, socialismo) sin que sus oficiantes ni sus correligionarios sospechasen, salvo contadas excepciones, el desalmado alcance de sus tropelías.

BURLEIGH, Michael: "Poder terrenal. Religión y política en Europa", Taurus, Madrid, 2005

sábado, 28 de febrero de 2009


ADORACIÓN
(Leonardo da Vinci, "La Adoración de los Reyes", 1481-1482)




Es vórtice el Misterio indescifrable,
centrípeto fragor a cuyo centro
—origen de la luz, oscuro punto—
se imanta lo visible, forzado por la inercia
a verse reducido a pura nada.
Mas renuente en razón de la ceguera,
me acerco hasta su fuerza irresistible,
libera toda carne de su espanto,
se anima este muñeco hecho de paja
con yesca esperanzada y loco empeño:
vaciarme de inútil bagaje innecesario.

Me permito inclinarme
de un modo diferente a como suelo
cuando postro y claudico ante ídolos falsos
mi fe marchita y rota y, por su afán, desmedida.
Si la fuerza de un gesto pudiera
dotar de realidad lo que sueño parece,
y de entre los naufragios rescatar
el oro al que aspiramos,
un hálito humilde, un fuego pálido,
una púrpura rosa que alimente
el triste osario de los días postreros,
y que al fondo de mí otro yo iluminara,
en su hondo proceder me prendería,
embriagado el mirar con pura luz,
por fuego traspasado, erradicada sombra.

Bien lo sabes que quiero, que te acepto
como suave dogal
de la Historia y sus míseros resortes
hasta el definitivo advenimiento,
terrible apoteosis que la razón no alcanza,
postrándome ante Ti, belleza última,
para besar tus plantas, humillado,
y tragarme la tierra que morosa se acerca
—la que asolaste un día de encarnadura indócil—
con la artera intención de cobrarse mi tiempo
recubriendo mis cuencas con su polvo,
abriendo la mandíbula en un grito
que feroz se abandona de su hueco.

Engaño es el tiempo que se habita
y en aleve ceniza desemboca.
Tú eres eje, bastión, caro alimento,
descenso a la raíz de toda tacha
desde el puro vacío del instante
al fondo de su luz y su sentido,
y allí es donde nos quieres, dádiva humilde y última,
desnudos de algoritmos y sin nombre,
pródigos de un amor que no se alcanza
si no es con ese ardor, ese denuedo
que al océano infunde el oleaje,
al corazón su pálpito obstinado.


viernes, 13 de febrero de 2009

BÁLSAMO DE LOS DÍAS NEVADOS

Poco más se dirá de la nieve que no se haya dicho ya, y a duras penas podrán abrirse paso las palabras por entre lo que en sí misma contiene: el don de su silencio, su apariencia de piedad que, de cuando en vez, se cita con el mundo con tal de aplacar inútilmente su dolor...
Nada más ponerme a escribir en días así, lo que me apetece —y siempre acabo haciendo— es dedicarme a la pura y simple contemplación, apartando las cortinas y deleitándome con el esplendor de los copos que planean como retales descartados de un plumaje ignoto, misterioso, demasiado elevado para nuestro pobre entendimiento. 
Sin llegar tan alto, a uno le sorprende la lejanía de los gritos y las risas infantiles, como si con cada nevada nos fuésemos alejando un poco más de aquellos años dorados; así como el mapa azaroso que las huellas de unos pasos sin dueño trazan sobre el blanco organdí que cubre las aceras sin dirección aparente, y que nos habla de la trivialidad de todo afán humano.
A Gabriel, el inolvidable protagonista de "Los muertos" de Joyce, la nieve que ve caer, oblicua, a través de la ventana, se le clava dolorosamente después de comprobar que para su mujer él nunca significará lo que en su día significó para ella el bueno de Michael Furey. Mientras duerme, ajena ya a su doloroso recuerdo, doblemente alejada de su esposo, asistimos al nacimiento del dolor de Gabriel mientras descubre que la vida resulta inútil sin el deslumbramiento de un amor verdadero. Es la nieve la que marca la cadencia de sus reflexiones, la que atestigua la apertura de la herida y la que mansamente cubre con su misericordia la pesadumbre de los vivos, el eterno sueño de los muertos. 

 




miércoles, 4 de febrero de 2009



SUTILES EXAGERACIONES

Algo hay en mi carácter que me hace caer en la exageración. Aun reconociendo que no es buena consejera para ejercer razonablemente cualquier análisis, al menos propicia suculentas posibilidades ante una realidad por definición demasiado mostrenca. Lo que no acierto muy bien es a saber si la exageración es una prolongación de la naturaleza mostrenca de la realidad, o si resulta que el mostrenco soy yo.
De sopetón solemos darnos cuenta de lo áspero de la realidad. No existe otro modo. Por eso, la mejor forma de abordarla es dando rodeos, eludiendo tropiezos innecesarios, sopesando cuál será su flanco más desprotegido con la intención de encararla con algunas posibilidades de éxito. Cuestión de estrategia, de puro y simple cálculo. Supongo que cuestión de carácter, además.
Desconozco si la política se ejerce con carácter o con estrategia, o si se trata de la suma de ambos, y de muchas otras cosas más, necesarias sin duda para la gestión de la "cosa pública", que es algo así como la ruda realidad al fin domesticada para tranquilidad del común o pueblo llano. Y nada sosiega más al pueblo que comprobar que sus gestores le tienen en cuenta con la sola intención de solucionar sus muchos problemas, mientras le pasan el brazo por encima del hombro y, dirigiéndose a él, le tutean. Intuyo, como exagerado que soy, que algo hay de estrategia en tan cercana familiaridad, y que, lejos de sentirnos intimidados —como cuando un desconocido nos aborda en plena calle, lo mismo da si es para preguntarnos por una dirección o para sisarnos el euro necesario para alcanzar la felicidad momentánea de ese día—, lejos de incomodarnos, digo, nos dejamos agasajar gustosamente por quienes saben conducirnos con mano diestra, tirando sabiamente de las riendas.
El otro día, después de tropezarme con una afirmación contundente, supuse que los políticos habían echado mano del carácter más que de la estrategia, aunque bien pudiera ser que la estrategia consistiera en demostrar el carácter. Un lío. Lo cierto, en todo caso, era no parecer ambiguos ni dar la impresión de que se flaquea en la lucha contra el maltrato a las mujeres; había que fomentar, ya de paso, la conciencia social de la muchachada adolescente, además de despertar su innata creatividad. Nada más apropiado para tan altos fines, aparte de para llamar su atención, por lo demás dispersa y dulcemente atormentada, que el empleo de su propia jerga. El pretexto era un concurso de cortometrajes cuyo lema llamó de lejos mi atención, soltándome a la cara, y sin cortarse un solo pelo, que "el amor no es la ostia". Así. Sin que pareciese venir a cuento, con la jactancia torpe y candorosamente desmedida del jovenzuelo enfrentado con el mundo, que para hacerse notar precisa del puñetazo en la mesa o del desaire de un portazo. Lo sorprendente fue que ese grito, esa impostura, sólo parecía haberlo escuchado yo, la trucada soberbia que destilaba el complemento directo, directísimo, tan sólo la habían advertido mis ojos, y hasta me dejé invadir por cierta ternura nacida de la identificación: ¿no me reconocía a mí mismo en semejante alegato? ¿me habría vuelto demasiado escrupuloso? ¿no estaba acaso de acuerdo con el mensaje? ¿no se dirigía a mí la agrupación política convocante mientras su cálculo y la buena intención pasaban amigablemente su brazo por mis hombros? ¿no era yo, en aquel momento al menos, un adolescente más, iracundo pero desprendido, arrogante pero sumiso?
De haber contado con la edad requerida, tal vez hubiera ganado el concurso. Por momentos me dio la impresión de que habría sido el único participante, pues los pipiolos a quienes se dirigía parecían estar en otras cosas, en esas cuitas tan suyas que hoy les parecen densas e inabordables, como una cordillera a una oruga. Concluí que desconocen las virtudes de la estrategia. A continuación incurrí en la contradicción de creer que ni falta les hacía conocerlas. Supongo que fue el incesante trasiego por delante del cartel anunciador lo que les impidió escuchar el grito que éste les lanzaba, sin que pudiesen atisbar la polisemia del artificio en ese no pintado de otro color, ni el guiño cómplice de eludir la hache en la palabreja final con tal de que ésta sonase más vehemente, más subversiva si cabe, más cercana al espíritu transgresor de los chicos, que no contemplan las reglas de ortografía sino como la imposición del carácter, autoritario, se entiende.
Lástima por mí y por ellos. En estos momentos presumiría de haber obtenido el único premio de mi vida con el que adecentar mi triste y magro currículum, aparte de contar con una esplendorosa cámara fotográfica digital. Cuánto más, no obstante, habrían ganado ellos, los hermosos y sombríos adolescentes, si hubiesen atendido a la llamada sutil de quienes perseveran en proteger nuestras conciencias de la intrínseca crudeza de lo real.


jueves, 29 de enero de 2009

lunes, 19 de enero de 2009


FERNANDO PESSOA - Diarios de 1908



«Estoy anulado por la idea de lo que querría tener, poder, sentir. Mi vida es un inmenso sueño. Pienso, en ocasiones, que quisiera cometer todos los crímenes, todos los vicios, todas las acciones bellas, nobles, grandes, beber la belleza, la verdad, el bien, de un solo trago, y dormirme después para siempre en el pacífico seno de la Nada.
.../...
Toda la constitución de mi carácter es incertidumbre y duda. Nada existe ni puede existir para mí; todas las cosas oscilan a mi alrededor, y, con ellas, la incertidumbre de mí mismo. Todo es, para mí, incoherencia y cambio. Todo es misterio y todo es significado. Todas las cosas son símbolos desconocidos de lo Desconocido. En consecuencia, horror, misterio, miedo que sobrepasa la inteligencia.
.../...
Mi propio recuerdo de las cosas, de los hechos externos, es, más que incoherente, indefinido. Tiemblo al pensar qué poco retengo de lo que ha sido mi pasado. Yo, el hombre que afirma que hoy es un sueño, soy menos que una cosa de hoy».