sábado, 24 de diciembre de 2011

PEQUEÑA ESCENA (Natividad)




No habrá acontecimiento, blanco día interrupto,
distinta noche de por sí, efeméride
augusta y peculiar envuelta en ruido inédito.
No busques, mundo, idéntica ignominia,
espejo en que asomarte, razón a tu osadía.

Silencio en lo recóndito se abre como baya.

Calla su aroma como nunca has visto,
ciego mundo, miradlo los humildes...,
su modo sin retórica, el modo de no ser
que amansa el corazón y súbito el rencor encona.
Apenas una luz para un puñado
de ignorantes, criaturas ateridas, solícita
vigilia de unos pocos que seremos casi todos.

Parece la escena tan poca cosa,
vaga nada, senderos en el agua,
ausencia permanente, otra puesta en escena
más, otra nadería que no salva,
pues qué saldrá de bueno de ti, insignificante beth-lehem,
simple "casa del pan" destinada al olvido,
en tu paja y tu estiércol la sola carne del frío,
adventicio suceso que no viene a alterar
el riguroso curso de las estrellas.
La carnecita sola anunciada en susurros,
en secreto está el aire hendido por un ala
y acuna aquel saludo el hálito hoy de unas bestias.
¿Qué oscura clase de Olimpo pergeña todo esto?

Ha de ser el calor breve, como íntima,
demasiado familiar, la adoración.
Presto brilla el acero, el filo preparándose,
como siempre en su soberbia presurosa
la letal maquinaria despierta y predispone:
saben los Principados, sus purpúreos sitiales
que hay oscura amenaza, de oscuro modo saben,
pero es ciego el furor, toda esa avidez
en hacer cumplir tan pronto el designio.

Qué poca cosa se inaugura, mundo,
cruel mundo, ante tus pérfidos sentidos.
Qué poco se te da a gustar, mas qué exacto.
Calla todo esta noche. Qué lejos y qué adentro.
Qué nada, qué vacío. Se hace imposible ver,
gustar, tener certeza.

Por el contrario, hay
quien conserva eternamente estos sucesos
—todos y cada uno de ellos,
cada uno de ellos hasta hacer un todo—,
meditándolos en el hondo hontanar
de su sagrado corazón.










lunes, 19 de diciembre de 2011

LA HORA

Entre el trasiego de gente, una mendiga con cara de dolor bracea con gesto autista pero comprensible: pregunta la hora a cuantos pasamos, enfebrecidos, a su lado. Sólo la hora. Tan sólo eso. Quizás nadie quiera ofrecer unos segundos de su tiempo a quien no sabe qué hacer con él, a quien lo gasta con tanto dispendio ahí sentada, sumida en una especie de eternidad ensimismada, por completo ajena al ajetreo que la circunda.










miércoles, 14 de diciembre de 2011

ACTUALIDAD DEL APOCALIPSIS


Por si acaso no hubiera uno insistido sobre la falta de cobijo, sobre el desamparo constitutivo del ser humano (esa manera siempre precaria de configurar alguna forma de seguridad que incluiría, paradójicamente, la asunción de su contrario: la destrucción permanente de toda forma de tradición); por si acaso no fuera uno reiterativo hasta el aburrimiento, vuelvo por donde solía, acercándome a René Girard, al que vislumbro a duras penas entre la espesa niebla del diálogo que mantiene con Benoît Chantre en "Clausewitz en los extremos".
Procuro hacer el esfuerzo de comprender el marco teórico que Girard nos propone. Apasionante y misterioso, se dibuja el tránsito desde un alfa sacrificial y arcaico a un omega apocalíptico, esa escalada a los extremos prevista por aquel teorizador de la guerra que fue Clausewitz, cuyo combustible es la paulatina y necesaria indiferenciación que desde el principio de los tiempos nos identifica.
Pero volviendo al asunto del desamparo, me subyugan especialmente las palabras que Girard dedica a Cristo. Inédita su visión del rito sacrificial cristiano ("expiación divina con que Dios, en su Hijo, pediría perdón a los hombres por haberles revelado tan tarde los mecanismos de la violencia ejercida por ellos"), se inauguraría con él la desmitificación absoluta: "pronto no habrá ya institución alguna, ni rito alguno, ninguna «diferencia» para regular nuestros comportamientos. Debemos destruirnos o amarnos; y —es lo que tememos— los hombres preferirán destruirse".
Él vino a traernos la guerra. Girard lo confirma con sus postulados y atendiendo a una actualidad que considera más apocalíptica que nunca, por tanto, más pertinente que nunca. La revelación judeocristiana nos deja desnudos puesto que saca a la luz lo que los mitos siempre velaron. De este modo, se "provoca la escalada a los extremos revelando a los hombres esta violencia, impide que los hombres imputen su violencia a los dioses, y los sitúa ante su responsabilidad".


jueves, 8 de diciembre de 2011

ÁRBOL ÚLTIMO



Nunca sé responder si se me solicita.
No hay palabra ni obra, intención ni propósito
que en dirección alguna su ceguera apunten.
Enmudezco delante del convencimiento último.
Hágase en esta noche. Que así sea.
Mudo, delante del árbol postrero
con sus ramas abiertas de savia clausurada,
desnudo como ellas de inmediato sentido:

fugaz presentimiento este ver colmatado
todo abismo de frutos que se anuncian.





jueves, 1 de diciembre de 2011

EN OTRO MUNDO



Vamos a imaginarnos un mundo al revés. Bajo la libre advocación de nuestra imparable creatividad podríamos dar formas dispares y disparatadas a la realidad ya de por sí tozuda. Con la condición de que ahí quede la cosa: aparcado el siniestro artefacto en cualquier oscuro rincón de nuestras meninges. Los hubo que, antes que nosotros, y mucho más inteligentes, dieron suelta al monstruo sin reparar en consecuencias, o buscando entre ellas, a conciencia, las más dañinas. Ahí estuvieron Marx , o Nietzsche. Lo más sustancial de cuanto un día se dejó por escrito, con más o menos primor, precipita hoy hasta dejar un poso altamente satisfactorio, placentero incluso, para lo que parecen ser las más altas aspiraciones de autonomía personal. Así, cada triste fragmento humano hace de vez en vez el pertinente inventario. Confirma, satisfecho, que la razón siempre le asiste, incluso para imaginarse el mejor de los mundos boca abajo.