martes, 26 de mayo de 2009


TIERRA DE NADIE













De modo imperceptible —y seguramente inevitable— filtramos el mundo a través de nuestra última obsesión. Confío en que la búsqueda del alma, su conformación más adecuada según lo que nos es dado vivir, no sea simplemente el capricho que le toca ahora a un espíritu orgulloso. Que sea mi única meta, mi más auténtico objetivo, eso es lo que en el fondo anhelo.
En esas estaba cuando, aquel día, me asaltaron las cartas de Rilke al joven Franz Kappus, así como una pequeña y conmovedora historia escrita por Irène Némirovsky. Ambos textos tenían en común (así lo creí yo entonces) una luz que se adivinaba en lo más hondo del ser: en el primer caso, el poeta checo instigaba a ir en su busca sin ahorrar arduos trabajos y privaciones, para, a continuación, habitar en una nueva morada que reportaría tan gratas recompensas como devastadoras incomprensiones; muy al contrario, en la segunda historia, la deslumbrante alma de un niño prodigio se daba al mundo como el exquisito aroma de una extraña flor en medio de la más inhóspita miseria: todo era dádiva generosa hasta la llegada del silencio final, la aparición de la tragedia como único desenlace cuando la pureza no aguanta por más tiempo el encontronazo con la realidad.
Es precisamente en tierra de nadie (que es la de todos) donde habitamos, en el límite que separa el alma del mundo, ahí donde todo es bendición superadora de toda contradicción o fatal desplome en el vacío.

viernes, 8 de mayo de 2009


CUANDO FUIMOS JÓVENES

El aire era más transparente y, en su vuelo, a la eternidad no le hacía falta esconderse. Por ser tan clara su evidencia, ni siquiera se hacía obligado reconocerla.