sábado, 27 de octubre de 2012

domingo, 14 de octubre de 2012

SEA




Aquel hombre paseaba con las manos a la espalda. Entre ellas, un libro cuyo título ocupaba toda la portada y me ofrecía la oportunidad —una más— de enfrentarme con el Misterio: "Cuando nuestras oraciones no obtienen respuesta", rezaba. De primeras, uno le habría abordado para darle razón poco convincente de que un título así ya es acaso un primer paso, como cuando alguien saluda con un simple hola. Hasta, en un descuido, se lo habría arrebatado con tal de indagar en la profunda Mente divina, o por saber el nombre de la preclara mente humana capaz de semejante ejercicio de omnisciencia. Sólo más tarde acerté a entender que un asunto tal no da para un libro, quizás solo para una frase: "Sea tu voluntad", y con eso ya uno está rezando, y obteniendo inmediata respuesta: la que Él quiera concedernos, acorde en cualquier caso a lo que nos conviene, no a lo que creemos que nos conviene. Sé perfectamente de qué hablo, pues mis oraciones van siempre dirigidas a alguna línea de flotación indestructible, algo así como pretender que se allane de inmediato la cordillera del Himalaya. 
No resulta, pues, nada fácil pedir sin tentar a Quien sabe cómo y por qué conceder o dejar de hacerlo, pedir sin anteponerse a sus designios, con la vana pretensión de ser uno quien los trace a su gusto... No, no es fácil llegar a lo evidente: que el secreto no consiste en dar con uno mismo cuando de dialogar se trata; que es más importante saber escuchar y tratar al otro como su dignidad merece. O dicho por San Agustín: "A ti se ha de pedir, en ti se ha de buscar, a tu puerta se ha de llamar. Solo así se recibirá, así se hallará, así se abrirá la puerta". Nada más y nada menos. Sea.