viernes, 23 de julio de 2010


SIN TIEMPO





Mucho más que la dudosa capacidad de reacción, me asombra el oscuro marasmo al que asisto, la densa tiniebla de la que formo parte. ¿Qué puerto se puede alcanzar si se ha renunciado por completo a remar en dirección alguna? ¿Hasta qué fondo llegaremos, arrastrados por el vertiginoso discurso de los tiempos? La respuesta sólo puede ser desalentadora, siniestra pero nítida: hace tiempo que ya hemos comenzado a desaparecer, confundiéndonos sin remedio con el paisaje, ese vacío diseñado para el deleite y la más estricta inmediatez; la realidad no aparece ya detrás del decorado, a cuyo vacío despliegue de infinitas combinaciones de ceros y unos dedicamos diariamente nuestro fervor de cuencas vacías, de ojos en blanco. El rey continúa desnudo, aunque no queramos verlo. Todo lenguaje, desprovisto ya de significado, se ha negado a urdirle un cobijo. Somos hombres sin hogar ni horizonte. Sin ritos. Sin tiempo.


sábado, 20 de marzo de 2010


El corazón es un recipiente demasiado pequeño; el contenido siempre lo desborda.



jueves, 4 de marzo de 2010



INAUGURADO MUNDO





"Inaugurado mundo" es el número 23 de las Entregas de invierno que admirablemente edita en León el poeta y etnólogo salmantino José Luis Puerto. Con cada número, los poemas elegidos se hacen acompañar de un dibujo original de un artista destacado. Para la ocasión, se ha elegido al magnífico pintor Carlos García Medina.
El resultado es excelente. Mi agradecimiento, infinito.








lunes, 1 de marzo de 2010


La vida del hombre Luis Cencillo Ramírez (1923-2008) ha girado casi exclusivamente en torno al conocimiento (vivido como problema desde los primeros años de adolescencia) y en torno a la fe. De ahí que estas memorias resulten demasiado "empastadas" en virtud de su profundidad intelectual, y poco dadas a plasmar con rigor fotográfico las vivencias del pasado, salvo en los episodios relacionados con la infancia y la juventud.
En aquellos lejanos tiempos se manifestó inequívoca la personalidad radicalmente libre de nuestro protagonista, demasiado alegre y espontáneo según el colegio de la Compañía de Jesús al que asistía de niño, demasiado encorsetado y serio para el gusto del centro al que asistió posteriormente, el Liceo Francés. En aquel ambiente algo gris, Cencillo optó por ir a contrapelo, lidiando con la más abstrusa filosofía y el no menos abstruso inconsciente. Como resultado de todo ello queda una prosa difícil, tortuosa, apta quizás para los vericuetos filosóficos, psicoanalíticos, simbólicos y antropológicos para los que está concebida, pero no tanto para la narración de los detalles relevantes de una autobiografía. Además, entorpecen la lectura los numerosos errores de puntuación de una edición que debería haber sido más exigente, y no nos referimos a la labor expurgatoria e interpretativa de los revisores, Teresa Arias y Gabriel Arribas, ante un material escrito que pudo ser presuroso ante la presencia acuciante de la cercana muerte, sino al necesario rigor de la editorial.
No obstante, en sus páginas no cabe ese ajuste de cuentas tan frecuente en el género memorialístico contra personas y situaciones del pasado. Sí trasciende cierta amargura ante el empecinamiento vano o ante las ambiciones no del todo culminadas. Y lo más interesante: las reflexiones sobre el sentido, conquistado con no poco esfuerzo tras su opción religiosa y las sendas experiencias inefables que le acaecieron con cuarenta años de diferencia; acerca de la última, de 1982, se refiere en estos términos: "Encontrándome yo en una crisis muy profunda, (...) estando sentado en el despacho, en mi domicilio de la calle Alberto Aguilera, me vino una sensación de des-cender a lo más hondo de mí mismo, y tras-cender mi propia intimidad yoica, para encontrar, más en el fondo, una presencia personal irrepresentable, pero cálida y acogedora".
De este hombre único, complejo, forjado a sí mismo y de aspecto demasiado hosco que contradecía su cercana voluntad de servicio, nos queda la honradez intelectual y una visión de la realidad sustentada sobre una inquebrantable coherencia ("Yo elegí mi propia versión y atenerme a ella me ha producido una existencia llena").


lunes, 22 de febrero de 2010

viernes, 12 de febrero de 2010



Después de bajar a los infiernos, o lo que es lo mismo, después de comprobar que sobre nuestras cabezas no hay sino un cielo vacío, la escasa alternativa que se nos presenta es aterradora. Del terror habla "El hombre rebelde", de la continuada búsqueda de unidad y de justicia del hombre contemporáneo cuando ya ha logrado deshacer su vínculo metafísico, y cuya salida es sólo la crueldad y el crimen. Su justificación racional es lo pavoroso, buscándole así un sentido a partir de la deificación de la razón, de la historia o de la voluntad general. Da la sensación, pues, de que el hombre no dejará de sustituir unos altares por otros, convenientemente protegidos por su correspondiente cuerpo policial. Tal vez el corolario de todo ello sea la conciencia dolorida del hombre, su paradójica condición nunca asumida del todo, su lucidez arrebatada como el fuego de los dioses, cuya esencia es el reconocimiento mutuo y, con él, la tendencia a la universalidad.
Rara es la virtud de un hombre cuyo prestigio no ha decaído con el tiempo. Ese es el caso de Albert Camus, cuya lucidez se vio cercenada de forma prematura. Sin embargo, su fulgor es tan brillante que ciega al mirarse de frente. Y continúa haciéndolo.


sábado, 6 de febrero de 2010


Cada mañana, al levantarme, me miro en el espejo y me disparo a bocajarro:
—No eres más estúpido porque no te entrenas.
Desde el otro lado, una voz cavernosa siempre responde:
—Dispones de toda una vida para superarte.