viernes, 29 de mayo de 2015

DE VUELTA A LAS ANDADAS, 1






A través de la escritura uno puede hacerse con la conciencia de otro, prestándole una voz modulada por uno mismo. Ese otro que no se pudo o no se quiso ser por ignorancia o cobardía. Toca, entre tanto, permanecer muy atento a cuanto se diga, incluso a lo que el otro pudiera callarse, no tanto por inventar palabras que remitan a situaciones que no se hayan vivido, sino por intentar abarcar los silencios, los huecos, los rincones en sombra que por definición nunca pueden ser revelados del todo. Habrá algo de fabulación, cómo no. De qué modo, si no, se construye la literatura. ¿Acaso no consentimos en aceptar de buen grado la falsificación que esta nos propone? Una falsificación, todo hay que decirlo, que remite a un propósito más alto que el de la mera realidad, como si se tratase de alcanzar un fulgor que de por sí se nos escapa, más alto que nosotros mismos y que nuestras circunstancias.
A lo largo de días casi ininterrumpidos, de largas horas de conversaciones en torno a innumerables cafés, a vasos de whisky, o bajo el magnético influjo del humo de incontables cigarrillos, se fueron desgranando escenas, impresiones, encuentros y desencuentros, tentativas fracasadas o triunfales, viajes, lecturas, con la intención expresa de que se dejase constancia de todo cuanto se había vivido, y depositarlo de modo definitivo en ese espacio intermedio que se encuentra entre la imaginación y el recuerdo, entre la verdad vivida y la soñada, entre la mera realidad y la literatura.
Hasta ahí llega la labor de quien escribe. sin usurpar en ningún caso la identidad de quien ha decidido confiarte su vida. Por eso, el que cuenta la historia es el que carece de lugar en ella. La anticipa quizás, vertiéndola en el molde de la escritura, dándole una forma que no ha de ser incompatible con su veracidad, pero que no es de uno, no es suya, sino que la usufructúa sin intención de permanecer en ella, aunque algo de sí mismo termine al final por impregnarse en el conjunto.
No me demoraré, por prescindible, en el ritual que antecedía a aquellas agotadoras jornadas. Me limitaré a hacer constar la sencillez del apartamento, con muebles discretos y baratos, envueltos casi siempre en una luz diáfana que progresivamente iba moderando su en ocasiones violenta brillantez, hasta doblegarse por efecto de la penumbra que anunciaba la llegada de la noche.
Con frecuencia me lo encontraba todavía recostado en la cama, con un cigarrillo entre los dedos amarillos de nicotina y los restos, en desorden sobre la mesilla y por el suelo, de lo que había sido una madrugada de contumaz insomnio, felizmente burlado con buenas dosis de alcohol y de libros. Cada vez que me dejaba caer por allí me abría la puerta una mujer, siempre la misma, de edad indefinida y facciones opacas. Se mostraba amable, pero no la vi sonreír en ninguna ocasión, del mismo modo que nunca supe de quién se trataba: si era su secretaria, su amante, quizás su hija, aunque no pude sacarle ni siquiera un mínimo parecido que la vinculase a mi confidente.
Desde el fondo de la habitación brotaba entonces una voz enturbiada por la bebida y el tabaco y el delirio de las largas horas en vela. “Adelante”, decía, y yo empujaba la puerta con la intención de encaminarme a lo desconocido.



sábado, 16 de mayo de 2015

MÁS SOBRE AZARES




Azar nos es hacer, sino dejarse hacer.


Explicar el mundo en base al azar es buscarle al azar una intención: el mundo.

domingo, 3 de mayo de 2015