martes, 26 de mayo de 2009


TIERRA DE NADIE













De modo imperceptible —y seguramente inevitable— filtramos el mundo a través de nuestra última obsesión. Confío en que la búsqueda del alma, su conformación más adecuada según lo que nos es dado vivir, no sea simplemente el capricho que le toca ahora a un espíritu orgulloso. Que sea mi única meta, mi más auténtico objetivo, eso es lo que en el fondo anhelo.
En esas estaba cuando, aquel día, me asaltaron las cartas de Rilke al joven Franz Kappus, así como una pequeña y conmovedora historia escrita por Irène Némirovsky. Ambos textos tenían en común (así lo creí yo entonces) una luz que se adivinaba en lo más hondo del ser: en el primer caso, el poeta checo instigaba a ir en su busca sin ahorrar arduos trabajos y privaciones, para, a continuación, habitar en una nueva morada que reportaría tan gratas recompensas como devastadoras incomprensiones; muy al contrario, en la segunda historia, la deslumbrante alma de un niño prodigio se daba al mundo como el exquisito aroma de una extraña flor en medio de la más inhóspita miseria: todo era dádiva generosa hasta la llegada del silencio final, la aparición de la tragedia como único desenlace cuando la pureza no aguanta por más tiempo el encontronazo con la realidad.
Es precisamente en tierra de nadie (que es la de todos) donde habitamos, en el límite que separa el alma del mundo, ahí donde todo es bendición superadora de toda contradicción o fatal desplome en el vacío.

7 comentarios:

Eduardo Arias dijo...

No he leído a la Némirovsky, pero sí, y mucho, al genial gorrón de Praga.
No tanto una cuestión de alma, sino de aura propia, aquella a la que tender, una vez asumida la propia condición de crucificado en vida, que hay que asumir con todas sus consecuencias, o dejar sin temor alguno. Cuántas lecciones nos dio a todos, gracias al joven Kappus. Benditos, ambos. Y, casi, tú también.

Andrei Rublev dijo...

Cómo me encanta que yo dé casi lecciones, es el principio (y a los principiantes hay que dejarles dar pasos, torpes aún). Cómo sabes que fuiste tú quien me enseñó la cruel lección de Rilke, y yo empeñándome sin haber nacido para esto...
En fin, amigo, crucificados; sí señor; aura también (benéfica, espero).
Besos.

colorprimario dijo...

Me ha venido una canción de Silvio Rodriguez a la cabeza, que decía que el mundo propio siempre es el mejor. Si me acuerdo del título, se la paso.

No sé si me creerá, Arsenio, pero en mi vida hay, o ha habido, devastadoras incomprensiones a menudo. Y no me refiero a experiencias desgarradoras, sino a ciertos misterios que nunca lograré comprender. No sé porque se lo cuento precisamente a ud. ni precisamente ahora. Supongo que el post me llamo la atención sobre eso mismo, y la verdad es que las oportunidades para hablar del tema son más bien pocas.

Le confieso que en realidad me gustaría que alguien me aconsejara sobre el posible significado de esos raros paralelismos o sobre aquellas otras videncias que se manifestaron en mi adolescencia. Si es mucho pedir, no se moleste en contestarme... Entiendo que todo esto pueda parecer otra forma de llamar la atención, pero no lo es, se lo aseguro...

Bueno, pues un abrazo y a ver si se le ocurre algo para aclarar la conciencia de un poeta que ha perdido la fe...

Saludos.

D.

Olga Bernad dijo...

Al menos esa tierra de nadie de la que hablas al final no puede ser nunca el camino central, ambiguo y trillado, que tan pocas satisfacciones da a las obsesiones (esas, las del principio del texto). "Ahí donde todo es bendición superadora de toda contradicción o fatal desplome en el vacío". Todo final tiene algo de solución.
Saludos, Arsenio.

Andrei Rublev dijo...

Me extrañan, querido amigo D., estos alardes de sinceridad por su parte. Si bien son habituales y necesariamente falsos en estos tiempos de sentimentalismo barato, no dudo, por mi parte, de la autenticidad de los suyos. Su discreción, su pudor diría mejor, renunciando a explicitarlos, le avalan, y me permiten confiar. Por otra parte, no seré yo quien mejor le aconseje en materia alguna, menos aún en asuntos de fe, si bien me alegra saber que ha intuido por dónde van los tiros. Y que conste que no es falsa modestia: de nada estoy seguro, nada sé a ciencia cierta... y, para más "inri", tiendo a complicarme la existencia: busco la luz, el sentido, el Amor y, ¿por qué no decirlo?, el dogma. ¿Se puede pedir más (sabiendo además que no pertenezco a grupúsculo alguno, y que mi alma siempre se mueve por los extremos)?
Sólo sé que descreo del nuevo paganismo, de las zarandajas del multiculturalismo, de los fantasmas y de los ovnis, de las intuiciones y las sincronías, de las voces de ultratumba y las brujas... y, sobre todo, de un dios abstracto, de ese espíritu cósmico que lo es todo (que es lo mismo que no ser nada).
Seamos serios: la figura de Cristo obliga, esclaviza para después liberar (supongo y espero confiadamente), sus palabras son insondables, profundas, poéticas y tiernas, misteriosas; lo más impresionante de todo: ama al Padre y siente (como usted y como yo) que Éste le abandona en el último momento (siempre el silencio de Dios); más aún: entrega a su Hijo a una estirpe de fieras, y esto siempre me ha sorprendido: a qué viene este afán por amar hasta el extremo a seres que siempre negarán al Mesías, indefectiblemente, como Pedro, como Judas, como todos..., y esta estirpe cruel (de la que usted y yo formamos parte) sólo lo quiere para matarlo. Y todo este sacrificio por Amor, un amor inconcebible, hondísimo, como el de una esposa celosa que exige todos nuestros afanes, nuestros pensamientos, nuestra vida toda.
Cristo es un problema humano, de fe, filosófico... incluso escribirlo aquí es una rareza, una salida de pata de banco que hace sospechar de quien lo hace (¿seré un cura, un ex seminarista, un opusdeísta, un mormón, un...?)
No sé, sería demasiado largo (ya lo está siendo), demasiado profundo. Pero yo me quedo a gusto (espero que usted también). Léase, en todo caso, a Unamuno, a Antonio Machado, al Wilde de "De Profundis", a C.S. Lewis, a Chesterton, a Thibon, a André Frossard... (lo mismo podría decirle de todos los autores materialistas y descreídos, en ellos se encuentra a veces más necesidad de pureza que en cualquier beato de tres al cuarto). Ellos responderán por mí mejor que yo. Y recuerde que ya San Pablo calificaba de "locura y escándalo" el mensaje cristiano.
Tan sólo busco, espero y quiero confiar. Eso es todo. Casi nada.
Reciba un cordial abrazo.

Andrei Rublev dijo...

Todos los finales son un desenlace, Olga, razón que tienes; hasta ese momento nuestro paso por aquí, por este límite de ángeles y bestias, ha de ser la prueba de nuestra habilidad para alcanzar lo insuperable, qué sé yo, para dejarse hacer (perdón si es ofensivo), para dejarse llevar de la mano de un amor confiado. Sabe bien que soy un ser humano, que mis debilidades superan ampliamente mis altos vuelos, y que es tan difícil comprender DE VERDAD lo que ya sabemos: somos brisa, paja, un lapso de tiempo por lo demás inútil, y aspiramos a tanto, al menos a quitarnos la máscara para descubrir nuestra nada, para intentar alcanzar quizá a ese alguien o ese algo que en lo más profundo de nosotros nos ama. Tarea inútil. Somos demasiado pequeños.
Besos mil, Olga.

colorprimario dijo...

Realmente sorprendido con su respuesta, Arsenio. Me ha parecido de lo más inspirado. Espero merecer el esfuerzo...

Si me permite un último apunte, le diré que, pese a ese extraño bagaje que le confesaba, en el fondo yo también tengo algo de descreído (supongo que eso ya se lo habrá imaginado). Pero lo cierto es que no me resigno a abandonar toda fe en algo divino imposible de acotar con definiciones. Y, aunque tratar de aceptar la visión cristiana sería, para mí y a estas alturas, de una falta de coherencia simplemente inadmisible, no puedo negarle que he leído un poco pero con asombro a autores como Chesterton, Unamuno o Machado (todos ellos ¿al borde de algo?, pero ¿de qué exactamente?).

En definitiva, creo que coincidimos en lo de no querer pertenecer a un mundo en el que no escatiman hipocresías y obscenidades para llegar a la salvación. Así, es mil veces preferible tratar de amar las cosas sin comprenderlas. Tan "sencillo" como eso...

Muchas gracias por su respuesta, amigo, creo que me podría pasar muchas tardes hablando con ud. de esto, mi problema es que a veces tiendo a perder ese pudor que a ud. tanto le ha convencido, y desnudo quedo a la intemperie... pero mejor dejarlo aquí, no?




Abrazos,

D.