sábado, 10 de noviembre de 2012

TAN LEJOS, TAN CERCA



Puede que haya una belleza suplementaria en vivir, y quizás consista en hacerlo encaramados en el inestable vaivén que procura la paradoja. A cambio, se ha de esperar a que la lucidez obtenida no desemboque en algo parecido a una "noche oscura", y sí en alguna forma de triunfo —por lo menos doméstico— de la razón. A Hölderlin le tocó instalarse en la cesura que se abrió entre dos antagonismos de la historia. Prefirió desmarcarse del Absoluto hegeliano que por entonces tocaba. Lo hizo entre la ausencia de lo divino y su cercana inminencia ("Cercano está el dios / Y difícil es captarlo. / Pero donde hay peligro / Crece también lo que nos salva"). Cuarenta años durará su retiro en la torre de un carpintero de Tubinga, alternando un completo silencio con el recitado concienzudo de su obra; tanta desmesura, para atestiguar que lo divino se hace presente cuando se retira, que un dios que se apropia, necesariamente destruye.
Difícil y saludable paradoja que nos hace entender René Girard: "Hölderlin siente que la Encarnación es el único medio dado a la humanidad para afrontar el muy salubre silencio de Dios: Cristo interrogó ese silencio en la Cruz, luego él mismo imitó la retirada de su Padre llegando a su vera la mañana de su Resurrección. Cristo salva a los hombres «quebrando su cetro solar». Se retira en el momento mismo en que podría tener el dominio. Nos es dado entonces tener a nuestra vez la vivencia de ese peligro de la ausencia de Dios, experiencia moderna por excelencia (...), pero también experiencia redentora. Imitar a Cristo es el rechazo a imponerse como modelo, el difuminarse siempre por detrás de otro. Imitar a Cristo es hacerlo todo en procura de no ser imitado".


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