sábado, 3 de noviembre de 2012

SOBRE FONDO NEGRO





A uno, que, en su día y sin saber bien por qué, tanto le apasionó Pasolini (apúnteseme un nuevo pecado en la larga lista; venial, eso sí), le sorprende que hoy le deje más bien indiferente. Se trata de una indiferencia rayana en una tibia melancolía, tal vez debida a aquella perdida ingenuidad que atribuía no sé qué extraño halo de santidad a quienes han osado llevar una vida a contrapelo, y a los que todavía les sobraba tiempo para crear una obra desigual, pero, con todo, merecedora del aplauso unánime. Por lo demás, tanta unanimidad —en este caso, la del espasmo sesentayochista— venía a ser menos el reconocimiento a los primores de una obra (desde poemas en lengua friulana al Evangelio según San Mateo) que al arte de saber deslizarse, corriente abajo, por ese impetuoso caudal de la historia que sirvió, entre otras cosas, para cambiarle la cara a Europa. Tal vez ahí comenzara el declive.
Pues eso: que a día de hoy uno se siente bastante alejado de aquella lúgubre figura que, según confesión propia, se pasaba los días trabajando, mientras las noches las ocupaba en bajar a la vida en busca de amores furtivos, al modo de los gatos de Roma. Como colofón, en la pantalla de mi televisor brota una última frase pasoliniana sobre fondo negro, que no invita más que a cierta conmiseración envuelta en algo de tristeza: "Nunca llegaré a ser feliz, jamás".

2 comentarios:

Dylan Forrester dijo...

En definitiva, la infelicidad es el bien común de los mortales.

Saludos.

Andrei Rublev dijo...


De algunos más que de otros...