sábado, 1 de marzo de 2014

PERVERSO CATOLICISMO



En el documental desfilaban bellas estampas de Dublín, el territorio que en su día habitó y describió James Joyce. La voz en off se dirigió decidida a sus años de infancia y adolescencia, a los estudios con los jesuitas en el Belvedere y a las obsesiones que atenazaron para siempre al joven autor de Dublineses: la religión, el sexo y la escatología. La vinculación llegó de forma automática: su obra no puede concebirse sin el trauma ocasionado por el oscurantismo católico y la confesión de sus pecados en tétricos confesionarios. Incluso se especuló con la posibilidad de que la escritura del genial irlandés hubiese sido bien distinta de haber dado con sus huesos en el Trinity protestante.
Sin ánimo de cuestionar tanta verdad incontrovertible, se echaba en falta alguna forma de ecuanimidad que consistiera en profundizar en su obra sin caer por ello en el prejuicio ideológico un tanto manido. 
Puestos a abundar en el cinismo, qué magnífica oportunidad perdida para responsabilizar al perverso catolicismo castrador de que el Ulises no haya sido una novela del todo redonda, o con mayor número de páginas, incluso —quién sabe— con un tono si acaso algo menos desolador. Por el contrario, acabó dando la impresión de que toda la grandeza del dublinés se limitó a frecuentar el "Davy Byrnes" con la sola intención de identificar las sinuosas líneas modernistas de su pub preferido con las curvas —estas, más carnales— de su adorada e incondicional Nora.



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